Llevo tiempo dándole vueltas a este tema y he decidido poner mis pensamientos por escrito y compartirlos con vosotros en este post. Ya sabéis que muchos fines de mes me gusta escribir mis reflexiones. Pues aquí van las de agosto.
En general, podríamos decir que en nuestra sociedad hay una búsqueda constante de la productividad. Es un concepto que viene de la economía y que según lo entiendo supone la relación que existe entre el rendimiento que se obtiene y los recursos que se destinan. Es decir, algo es más productivo cuando se consigue obtener más producto utilizando menos recursos.
Y ese concepto nos lo hemos llevado también al campo del desempeño personal. Se dice entonces que una persona es productiva o más productiva cuando es capaz de sacar más trabajo en las horas que le dedica.
Cada vez intentamos ser más productivos. Y está bien. Eso nos permite hacer más cosas. Reconozco que a mi personalmente me encanta diseñar sistemas y procesos que me permitan hacer mi trabajo o el de la gente de mi equipo más productivo. Y me siento bien los días que he sido capaz de sacar muchas cosas adelante. Me gusta ser más productiva. Y sinceramente, creo que la mayoría de los días lo soy. Tengo una importante capacidad de trabajo.
Pero, más allá de que llevado al extremo es peligroso (ya hablamos de ello en el post sobre la trampa de la productividad), en general, en mi día a día me encantaría tener un botón para poder apagar el modo productividad. Porque en cierto modo pienso que la productividad choca de lleno con el deleite. Con el hacer las cosas sólo por el placer de hacerlas sin querer llegar a ningún sitio, sin tener ningún objetivo marcado. Con una vida más pausada que de vez en cuando sienta tan bien. Sigue leyendo