El miércoles pasado fue mi primer día de verdad en la nueva realidad (así es como la llamo yo porque sigue sin resultarme todavía normal). El lunes fue nuestro primer día en la fase 1 aquí en Madrid y realmente hasta el miércoles no hice ninguna salida diferente a lo que veníamos haciendo en fases anteriores.
Llevaba tiempo queriendo acercarme a la iglesia de la Concepción. Allí reposan ahora las cenizas de una tía abuela mía, que falleció desgraciadamente como muchas personas de su generación víctima de esta enfermedad que nos ha desarmado como especie. Tenía ganas de estar un rato tranquila, de rezar y hacer un amago de despido, aunque fuera yo sola hasta que podamos celebrar un funeral en condiciones toda la familia.
Me ayudó.