Debía ser la segunda vez que mi madre coincidía con sus futuros suegros. Esperando a la cena curioseba con la mirada la casa para entretenerse hasta que vio una foto colgada en la pared que le resultaba muy familiar. De hecho, sí, esa foto también estaba en casa de sus padres. Era la orla del curso 1940-41 de la facultad de derecho de la universidad Salamanca. El curso en el que se graduó su padre. Le fue a buscar, allí estaba él. Intrigada, siguió repasando la foto. Claro, ahí estaba también. Era su suegro. Su padre y su suegro habían compartido clase en la facultad y no habían caído hasta entonces.
El otro día compartíamos en uno de los whatsapps familiares la foto de la orla y recordábamos la anédota. Al final de la conversación, mi tía apuntó que a ella siempre le habían llamado la atención la presencia de esas dos mujeres en la orla de su padre. Efectivamente, ahí están. Y hoy, día internacional de la mujer, me acuerdo de ellas.
Hoy me gustaría sentarme con Carmen Galindo Montero y María Luisa Ginés y preguntarles qué barreras no tuvieron o eliminaron para poder sentarse en las aulas de la facultad de derecho de Salamanca en aquella época.
Por eso hoy, día internacional de la mujer, es un buen día para rendir homenaje a todas las mujeres que fueron punta de lanza en su momento para que nosotras podamos hoy seguir luchando y avanzando en la sociedad.
Gracias a Carmen y María Luisa. Pero también gracias a mis abuelas y a muchas otras mujeres de su generación, que hubieran soñado con ir a la facultad y, como ellas no pudieron, se encargaron de que sus hijas sí que lo hicieran. Gracias también a mi madre y muchas mujeres de su generación, que decidieron entrar en un mundo profesional que era enormemente más machista que el de hoy en día.
Hay gente que dice que “nos han engañado”, que ahora no sólo nos encargamos de la familia y la casa sino que encima trabajamos como las que más. E incluso esos días que vamos con la lengua fuera, ahogadas, con el sentimiento de que no llegamos a nada y que si llegamos lo hacemos por los pelos, sin sentirnos del todo bien y dejando toda la energía por el camino… Esos días, incluso nosotras también tenemos la tentación de pensar que “nos han engañado”. Pero tengo claro que no. Sobre todo cuando pienso que la ley del divorcio se aprobó en 1981, que antes, si dabas con un marido que te amargaba la existencia, te tenías que aguantar o cuando recuerdo que mi abuela, para comprar una lavadora, tenía que pedir la firma de mi abuelo (no os quiero contar cualquier otra operación). Ahora, parece ciencia ficción. Pero esa es la realidad de hace no mucho.
Por eso, aún siendo conscientes de que tenemos mucho camino todavía que recorrer -tenemos que luchar por una conciliación de verdad (que nos permita no ir con la lengua fuera cada día), por una corresponsabilidad de verdad (que reparta las cargas familiares y del hogar), por un reconocimiento y compensación social por traer nuevos ciudadanos a este mundo, por una igualdad salarial y por vencer nuestras propias barreras como los techos de cristal o el síndrome de la tiara. Por mucho que tengamos que mejorar, sé que estamos en una gran posición. Llenas de oportunidades y pudiendo tomar las riendas de nuestras propias vidas.
Y eso se lo debemos a muchas mujeres que nos precedieron, que creyeron y trabajaron por conseguirlo. Y ahora es nuestro turno para que nuestras hijas también nos rindan homenaje el día de mañana. Feliz día de la mujer y de la mujer trabajadora.